Diversas son las formas en que las carreras de la salud buscan fortalecer el entrenamiento de sus estudiantes, con el fin de minimizar los riegos que éstos puedan enfrentar a futuro a la hora de atender a sus pacientes.
Así, se ha hecho frecuentes el uso de simuladores (maniquíes-robots o  fantomas), que representan a los pacientes, y la incorporación de la simulación clínica, una técnica que permite a los alumnos experimentar situaciones que más adelante vivirán en el mundo real.
En el primer caso, lo que se busca es el desarrollo de habilidades y destrezas específicas, mientras que con la simulación “se sitúa al alumno en un contexto hospitalario”, explica la académica del Departamento de Obstetricia y Puericultura, Marcela Cid, quien junto a su par, Marcela Bascur, asistieron recientemente al Primer Curso Básico para la Formación de Instructores en Simulación Clínica, realizado en México por la Universidad Anahuac, con el patrocinio del Grupo Europeo de Simulación, EuSIM, que incorpora el trabajo de las universidades de Copenhague (Dinamarca), Tübingen (Alemania) y de Londres (Inglaterra).
“En la escena puede haber una mujer que está siendo atendida por un parto; pero en un contexto general, que enfrenta al alumno a la realidad, donde no sólo hay una paciente que le habla, sino una interacción con los familiares, con el resto del personal, con un equipo médico, cada alumno puede verse enfrentado a distintos roles: uno puede ser la matrona que atiende, otro puede hacer el papel del paramédico; otro efectivamente un paciente o un familiar y con eso se prepara al alumno para  situaciones más críticas y más cercanas a la realidad,  involucrando y fomentando el trabajo en equipo de los distintos profesionales  y disminuyendo el riesgo en la atención de los pacientes a futuro en la realidad”, señala la académica.
Lo que se privilegia –agrega-  son los escenarios de estrés o urgencia, “que son situaciones a las que, en general, los alumnos no están acostumbrados y, por lo mismo, existe un mayor riesgo de cometer errores”.
Según Carolina Bascur, cada sesión debe ser preparada minuciosamente, considerando el objetivo de la actividad,  el rol de los estudiantes y de los docentes (que básicamente observan, dice), así como los aprendizajes que se quieren lograr.  En este sentido, acota, las simulaciones pueden partir desde temas sencillos, como el  resultado de un examen, hasta situaciones más complejas, como una reanimación cardiopulmonar.
“Es una dramatización, es como una película de escenas cortas, donde hay que preparar el guión y los alumnos deben familiarizarse con el fantoma y el ambiente, deben reconocer dónde están los medicamentos, cómo funciona el maniquí; luego de eso se asigna el rol de cada  alumno y se establece a grandes rasgos la situación que se va a vivir”, señala.
De acuerdo a las académicas, esta “puesta en escena” representa sólo el 30% de la simulación, puesto que el aspecto más importante, y más complejo, lo constituye el trabajo posterior: el debriefing.
“Es como descomponer lo que se vivió, describiendo y analizando cómo se vivió, enfocado fundamentalmente en los resultados de aprendizaje que se buscaban”, cuenta Carolina Bascur. Y todo, agrega, en una visión positiva; es decir centrada en los logros, “nunca enfocado en los errores”.
Lo importante, añade Marcela Cid, es “lo que queda para los alumnos en relación a la vivencia; y esto se puede apoyar en imágenes (la escena se graba), de manera que se puede volver a remarcar ciertas situaciones si no se han cumplido algunos objetivos o si los alumnos no han logrado identificar lo más relevante de la situación se puede apoyar en el video”.
Motivadas con esta certificación, las docentes esperan continuar capacitándose en esta área, obteniendo “más experiencia directa” en los distintos aspectos de la técnica, con el fin de impulsar su desarrollo no sólo en Obstetricia y Puericultura. “Queremos aportar a todas las carreras que necesiten utilizar la simulación clínica como herramienta de aprendizaje de sus alumnos”, afirman.