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Perfiles UdeC: Diego Rivera, un científico amante del agua, el campo y la tecnología

Cuesta mucho etiquetar al Dr. Diego Rivera. Quizá lo más simple para describirlo sería decir que se trata de un investigador poco convencional, que no se ajusta a estereotipos de ninguna especie, pues si bien es un científico muy tradicional en lo que se refiere a su campo de conocimientos, que utiliza un lenguaje especializado para hablar de él y que confiesa que no puede vivir sin Google Scholar, al mismo tiempo es un hombre que trata de separar lo que es su vida privada de la académica, que goza bajando los ríos en kayak (aunque, por cierto, eso es parte de su trabajo), que sigue con igual ahínco series de televisión como Homeland, Game of thrones o The Big Bang Theory y que admite que puede prescindir de muchas cosas, menos de su laptop y del correo electrónico.
A sus 35 años, al mirar hacia atrás este -hoy día- profesor asociado del Departamento de Recursos Hídricos de la Facultad de Ingeniería Agrícola de la UdeC Chillán se confiesa un agradecido de todo lo que ha tenido, especialmente de la difícil decisión que sus padres debieron adoptar cuando él tenía sólo 11 años.
?Ambos eran profesores rurales y se desempeñaban en una escuela de campo, una escuelita muy pequeña en realidad, en el sector de San Antonio, cerca de Santa Bárbara, en los inicios de la precordillera. Cuando llegué a quinto básico ellos decidieron que yo no podía seguir allí, si querían que llegase a tener oportunidades en la vida, pero no podían trasladarse debido a que en ese lugar estaba su trabajo? relata.
Así, con el corazón apretado, decidieron enviarlo a estudiar a Los Angeles, a un colegio particular subvencionado, y como no poseían familia en esa ciudad, debió irse a vivir a una pensión. Pese a lo que ello podría significar en términos de desarraigo, quizá producto de la corta edad que tenía en ese momento, Diego lo vio más bien como una aventura.
?Y agradezco mucho lo que hicieron. Quizá si en el futuro yo tuviera que tomar una decisión similar con mis hijos, por mucho que me doliera separarme de ellos, haría lo mismo, porque lo hicieron pensando en mí y sinceramente fueron años muy buenos. Estuve hasta cuarto medio en la misma pensión, donde me trataron con mucho cariño, me apoyaron y me contuvieron cuando fue necesario. Todos los fines de semana debía viajar a ver a mi familia y para ello tomaba un típico bus de campo, con gallinas y todo el folclor clásico de esas máquinas, y ello me encantaba. En el bus conocía gente, lo pasaba muy bien. A veces, producto de los temporales, se cortaba el puente que debía cruzar para llegar al sector donde vivía y el bus debía dar unas tremendas vueltas para seguir, pero a mí me gustaba mucho todo ese ambiente, y no lo veía como un sacrificio. De hecho, fueron años muy felices? explica.
La UdeC, desde siempre
A punto de egresar de educación media, y convertido en el mejor alumno de su promoción, su meta estaba clara: estudiar ingeniería, algo que había decidido a los 8 años, sin que –reconoce- sepa muy bien por qué, aunque recuerda que desde muy pequeño se lo pasaba haciendo pequeñas obras en el patio de su casa ?desde caminos hasta mini represas? lo que él cree que obedece a su afán de “solucionar cosas, de buscar problemas y encontrar las soluciones”. También reconoce que en su pasión por el campo, que conjugó posteriormente con su formación ingenieril, influyó mucho su abuelo, un agricultor a quien admiró al máximo por su entrega, rectitud moral y por la gratitud que sentía hacia el campo: “me quedaba un mes entero con él en la trilla, en El Carmen, trabajando desde las 7 de la mañana como un obrero más”, recuerda.
El lugar donde convertirse en ingeniero también fue siempre el mismo, la Universidad de Concepción, entre otras cosas porque en los veranos era también habitual el viaje de vacaciones a la casa de familiares en Talcahuano, y el paseo más frecuente en esos periodos era al campus de la UdeC, donde gozaba –entre otras cosas- observando el esqueleto de la ballena o mirando la Laguna de los Patos.
Pese a ello, reconoce que llegar a estudiar a la UdeC Concepción fue un cambio fuerte: “confieso ?cuenta? que durante buena parte del primer año en la U anduve harto tiempo mirando los edificios de la ciudad”. Además de ello, tuvo que adaptarse a vivir en un clásico departamento arrendado con otros estudiantes.
?Fue una muy buena época, porque viví la vida universitaria en plenitud y lo pasé muy bien, pero también vi a mucha gente fracasar por no saber administrar los tiempos cuando se vive solo. En ese sentido, la experiencia que tuve previamente me ayudó mucho pues, entre otras cosas, no me deslumbré con la libertad.
Ya en segundo año, y luego del plan común, tomó ingeniería civil, pero al enfrentar el final de la carrera vino la disyuntiva del camino a seguir. Durante algún tiempo pensó en especializarse en estructuras o en transporte, pero al final cree que fue su experiencia como hombre de campo la que primó y optó por tomar la mención en hidráulica. Tras recibir el premio a la mejor memoria de su generación (sobre las zonas de hipoxia en los lagos), el 2002, relata que estaba dudando acerca de qué hacer a continuación, cuando alguien le comentó que en Chillán se estaba dictando un Doctorado en Ingeniería Agrícola, justo en los momentos en que estaba buscando la posibilidad de realizar estudios de post grado en Estados Unidos.
Fue a Chillán y allá conoció al Director del Doctorado, el actual Decano Eduardo Holzapfel, y le pareció que el programa era extremadamente atractivo y se ajustaba plenamente a lo que estaba buscando. Y no se equivocó.
?Fue una experiencia tremenda. Me dieron la oportunidad de crear, de desarrollarme, de crecer. Pronto me pasaron un curso en Concepción, sobre mecánica de fluidos, que fue un desastre ?cuenta sonriendo?, pero le tomé le gusto a la docencia y comencé a tomar algunas responsabilidades en ese sentido en Chillán, junto al Dr. José Luis Arumí, que se convirtió en mi profesor, mi guía y mi amigo. Finalmente me doctoré y casi en paralelo se produjo la jubilación de un profesor, a cuyo cargo postulé exitosamente? rememora.
En el mundo y en el terreno
El doctorado -del cual se tituló con sólo 28 años- además le dio la posibilidad de conocer el mundo. Cuando se encontraba desarrollando su tesis (sobre la interacción del agua en la superficie y en las capas subterráneas, en relación a los contaminantes) fue parte de un proyecto Fondef y gracias a eso pudo viajar por dos meses a España, junto al profesor Mario Lillo, lo que relata fue clave en su formación: “hice una pasantía en el politécnico de Madrid y allí crecí muchísima, porque me tuve que probar en un ambiente distinto y aprender, de la mano de Mario, a trabajar con mucha disciplina”.
De regreso a Chillán, ganó un Fondecyt de iniciación (sobre el transporte de contaminantes por aguas agrícolas) y comenzó también a desarrollar una segunda línea de trabajo, sobre la variabilidad del clima, lo que ?entre otras cosas? lo ha llevado a crear un sistema de predicción meteorológica usando redes neuronales, en función de la temperatura superficial del mar.
Hoy día, es autor de más de 15 publicaciones ISI y el 2009 (con señora y todo) viajó a la Universidad de Lund, a realizar un postdoctorado junto a una de las más reputadas climatólogas suecas, Cintia Uvo, luego de lo cual partió por seis meses más a otro postdoctorado, esta vez a la Universidad de Hannover, en Alemania, donde estudió con Max Billib, quien a fines de 2011 fue investido como visita distinguida por la UdeC. Además de ello, su trabajo le ha permitido conocer países como Francia, Italia (donde parte a fines de mayo), Argentina y Ecuador, todo lo cual trata de compatibilizar con su otra pasión, que es el trabajo en terreno.
En este aspecto, una de las partes que más le gusta es el trabajo en los ríos, que realiza frecuentemente con sus demás colegas de la Facultad, pues se trata de “recorrer los cauces aprendiendo y estudiándolos, realizando mediciones, tomando fotografías para nuestros trabajos, etc. Es apasionante”. Actualmente, la facultad posee dos kayak y dos botes zodiac que se usan en terreno. Hace un par de semanas, de hecho, los ingenieros agrícolas estuvieron trabajando en plena cordillera, en el río Diguillín, en medio de un frío insoportable y con condiciones de trabajo muy complejas, pero Diego asevera que “fue muy entretenido”.
Junto a ello, además realiza mucho trabajo en tierra firme, instalando sensores, cavando en determinados terrenos, supervisando proyectos, etc. Tal como lo señala, “este no es un trabajo que se limite a un escritorio o una sala de clases. Acá hay que ensuciarse y disfrutar con ello. Mi trabajo es súper interesante, ya que mi pega consiste en pensar, no sé si en crear -pues eso quizá suene arrogante- pero sí en imaginar cómo se mueve el agua, en pararse en medio de un río a ver cómo operan las corrientes, a trabajar en medio del campo con mucho frío y en definitiva a mirar hacia todos lados y aprender. Es lo más agradable que hay”.
Por lo mismo, se define como un hombre extremadamente feliz y agradecido, que ha tenido que asumir que después del trabajo debe dedicarse a su familia, lo que lo ha llevado a comprender que “todo se puede balancear. Antes trabajaba todo el día y ahora me concentro mucho más, y rindo más también, y de ese modo tengo el tiempo que necesito para disfrutar de mi esposa, de mi hijo y del hijo que está en camino”.
En este breve video, escucha en sus propias palabras al Dr. Rivera comentar lo que significan para él la ciencia y la Universidad de Concepción: