Por Edgardo Neira, Artista Plástico y docente del departamento de artes Plásticas, UdeC
 
Cuando han transcurrido 40 años desde que se creó el Departamento de Artes Plásticas de la Universidad de Concepción, en 1972, es lógico pedir balances, resultados cuantitativos o logros en materias artísticas. Sin embargo, creo que en nuestro caso tales resultados no se pueden medir solamente desde el punto de vista de las cantidades, ni siquiera de resultados estrictamente artísticos, sino más bien del sentido que tiene la implementación y evolución de un lugar en que se enseña el hacer y pensar el arte desde la universidad, decisión que significa invertir, desde luego económicamente, pero también en la confianza de que se está aportando en materias no siempre bien comprendidas desde la perspectiva de los resultados concretos.
Y es que invertir esfuerzos en el desarrollo de las artes y de su pedagogía significa crear y disponer de una superficie visual y cultural desde dónde una región se mira y se produce a sí misma y al mundo; desde dónde se ayuda a construir el pasado que estará en este presente y en todos los presentes del futuro. En otras palabras, se trata de otorgar cierta masa crítica y específica a un lugar, pero eso no se puede medir ni apreciar respecto de sus efectos de un día para otro como lo sería, por ejemplo, con la construcción de un puente o de un aeropuerto. Lo nuestro será apreciable, tarde o temprano, en el tipo de personas que algún día cruzarán ese puente o volarán desde ese aeropuerto.
¿Utopía? Creemos que sí. Tal vez no una utopía como las que se trataba de alcanzar hasta el siglo XX, pero sí una utopía de sentido, de aceleración o resistencia, en definitiva de construcción humana situada.
La formación de un profesional del arte en la actualidad tiene mucho que ver con el grado de agudeza y conciencia con que se construye y contribuye a la sociedad. Tiene que ver, además, con la preservación de la subjetividad como factor de compañía, en un mundo que se hace cada vez más masivo, anónimo y tedioso por la soledad plana que entrega la política de lo espectacular. Naturalmente, tales funciones formativas son difíciles de desarrollar sin una reflexión crítica, entretenida e intensa, capaz de resistir a la domesticación apabullante de los medios comprometidos con la frivolidad y, en el fondo, con las agencias de  deshumanización.
De ahí entonces que la Universidad tenga un rol preponderante al ofrecer y proteger un espacio físico y humano desde dónde comprender el arte, su enseñanza, sus procesos y fines. Comprender, en fin, la importancia que para el espíritu de un país debiera tener no sólo la creación artística en particular, sino también en las  políticas educacionales. En eso hemos estado durante estos años.
Columna publicada originalmente en diario El Sur