Desde que en la Universidad de Concepción creamos el Centro de Biotecnología (CB-UdeC), junto al Gobierno Regional del Bío Bío procuramos mirar hacia el futuro de nuestra región y el país, basados en el desarrollo de ciencia aplicada, orientada a entregar valor a nuestros recursos naturales.
Si bien la tarea no ha sido fácil, después de numerosos proyectos e iniciativas, principalmente en el ámbito de genómica forestal, biocombustibles, biotecnología acuícola, microbiología ambiental y fitoquímica, cada vez nos acercamos más a sentar las bases de una bioeconomía.
La bioeconomía es una revolución de la forma en que la sociedad obtiene fuentes vitales de carbono y energía, reduciendo en el proceso -en forma importante- la dependencia del petróleo. La biotecnología y los procesos químicos avanzados hacen posible esta transformación, proveyendo recursos de manera sustentable, para la producción de bioproductos.
Asimismo, la bioeconomía permite el desarrollo de productos y procesos basados en materias primas renovables (con efectos ambientales neutros o positivos), un acentuado desarrollo económico local y una mejor percepción social.
Esta nueva orientación económica, tal como ocurre en países que han apostado por ella, permitirá entregar soluciones a los desafíos del futuro, como también generar empleo y oportunidades de negocio.
En Chile, sectores como el forestal y el agrícola se están enfrentando a desafíos ambientales y competitivos que podrían repercutir negativamente en la capacidad de innovación de estas, pero lo que parece más grave –debido a la histórica condición que han tenido como grandes generadores de empleo- es lo que ocurre principalmente en sectores rurales.
En este sentido, un buen ejemplo local para Chile podría ser Brasil, donde además de potenciar sus cultivos agrícolas y de caña de azúcar con enormes inversiones en biotecnología, han sabido aprovechar estos recursos para sostener una envidiable independencia energética en materia de biocombustibles, posicionándose como potencia mundial en producción de etanol.
Brasil se lo ha tomado en serio y las cifras así lo avalan. Sólo en el 2010, de los US$ 5.6 mil millones invertidos en todo el planeta en biocombustibles, ellos se llevaron US $1.8 mil millones, seguidos por EE.UU. y Europa. Sólo como referencia, en Chile los proyectos que más dinero han invertido en este ámbito no superan los US$10 millones, algo marginal, si queremos traspasar discurso en energías renovables a realidad.
Esa transición de un sector agrícola y forestal que no sólo nos provea sustentablemente de alimentos, celulosa, madera y tableros, sino que también genere materia prima suficiente para conseguir la independencia de los combustibles fósiles, es el corazón de la bioeconomía y, dentro de esta, parte principal son las biorrefinerías, plantas de procesamiento donde la biomasa es aprovechada y convertida en diversos productos, como también en energía.
En dicho contexto fue que realizamos el III Congreso Latinoamericano de Biorrefinerías, encuentro líder en Latinoamérica respecto a nuevos usos de biomasa forestal, agrícola y microalgal como fuente de bioenergía, productos químicos y biomateriales.
La tarea es enorme cuando se quiere cambiar la matriz productiva y conseguir un alto impacto en las oportunidades de trabajo e inversión para la región, y por eso se ha establecido una mesa de trabajo entre la UDT y el CB-UdeC para enfrentar en forma unida este desafío. Ambas reparticiones forman parte del Consorcio Bioenercel, que esta semana ha iniciado la construcción del laboratorio de escalamiento para demostrar la factibilidad de una biorrefinería forestal, entrando así a una etapa que, esperamos, sea un hito relevante para el futuro sustentable de nuestra región.
Jaime Rodríguez G.
Director del Centro de Biotecnología