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Antropólogos UdeC inician nueva fase de identificación de restos óseos en Penco

Por más de dos años y mientras aún eran estudiantes, las antropólogas Erika Reyes  y Camila Guerra estuvieron comprometidas en un proyecto destinado a la identificación de las osamentas de los nichos del Cementerio Parroquial de Penco, que se desplomaron tras el terremoto.
Camila Guerra cuenta que en ese momento el Servicio de Salud había dispuesto la colocación de los restos en una fosa común, pero que la administración del camposanto se negó porque suponían que la medida no iba a ser bien recibida por la población.  Tras el derrumbe,  los restos óseos fueron llevados en sacos a la capilla del cementerio, donde se realizaron los primeros trabajos de identificación de los restos, por iniciativa de la administración, logrando reconocer 100 cuerpos.
Poco después, en marzo de 2010, un grupo de estudiantes de Antropología, entre ellos Camila y Erika, llegó al lugar a través de un trabajo de voluntariado inserto en las acciones de apoyo a la reconstrucción en la región, impulsadas por la Universidad.
La escasez de recursos impidió que este proyecto pudiera realizarse de forma continua. Pese a esto, e insistiendo en el voluntariado junto a otros estudiantes, las jóvenes sostuvieron la iniciativa, logrando en dos años la identificación de 16 de los más de 250 cuerpos que se vieron afectados con el derrumbe.
Ahora, como profesionales y con el apoyo del  profesor asociado de Antropología,  Carlos Jácome, han retomado el proyecto con el Laboratorio de Osteología del Departamento como centro de operaciones, ya que -como dice el académico- la capilla del cementerio no reunía la infraestructura necesaria para el desarrollo de la investigación, como tampoco las condiciones adecuadas para el desempeño de los expertos, factores que han retrasado las labores de identificación.
Por eso, con el consentimiento de los familiares, desde el viernes  comenzó el traslado de las osamentas a la Universidad, para continuar los análisis, ahora con mejores condiciones en términos de espacio e infraestructura y un equipo de trabajo más amplio, en el que colaboran alumnos en práctica preparados en la asignatura de Intervención Antropológica Forense, que dicta el doctor Jácome, quien es bioarqueólogo y antropólogo físico.
Las expectativas son terminar el trabajo de identificación en los próximos dos años y –a diferencia de la etapa anterior- contar con recursos que permitan, entre otras cosas, remplazar los sistemas de disposición de los restos (que todavía se encuentran en sacos) e, idealmente, dotar a la capilla del cementerio de mejores condiciones para realizar análisis en el lugar, de manera de facilitar el contacto de los especialistas con los familiares, puesto que ellos son una fuente de información fundamental para completar la investigación.
En este tipo de estudios, como explicaron las antropólogas, hay un enfoque interdisciplinario que integra aspectos físicos y sociales.
La primera área,  que es la que  trabaja Erika Reyes, apunta a determinar información relativa a sexo, edad y aspectos patológicos, entre otros parámetros, los que son complementados con las encuestas sociales, a cargo de Camila Guerra, orientadas a obtener datos que tienen que ver con las vestimentas, informes de enfermedades y características particulares, antecedentes que se cruzan para ir acotando los rasgos que pueden conducir a la identificación.
De acuerdo a los investigadores, las más de 200 osamentas corresponden a personas que murieron en el periodo que va desde 1975 a 2008 y presentan diversas condiciones de preservación, ya que –según señala el doctor Jácome- los lugares en que son depositados los fallecidos generan situaciones particulares, que dependen de la complexión de la personas, el material del féretro y la mayor o menor distancia del suelo (la que influye en el estado de descomposición de los restos), todo lo cual incide en la labor de reconocimiento.
Para Erika Reyes, la posibilidad de realizar los estudios en el laboratorio permitirá “conseguir mejores parámetros en el rescate de los estimativos del perfil biológico. Esto ayuda a que la  información sea más científica y, por ende, más concreta. Ayuda a una identificación mejor”.
Por su parte, Camila Guerra espera que el hecho de estar desarrollando el proyecto dentro de la Universidad ayude a perfeccionar ciertos aspectos en el procesamiento de la información -por ejemplo en un trabajo conjunto con expertos informáticos, dice-  puesto que en la actualidad las más de 200 fichas de entrevistas sociales están concentradas en bases de datos excel, que no cumplen con todos los requerimientos de este tipo de investigación.
El profesor Jácome adelanta que en el marco de este proyecto se ha considerado desarrollar un manual de procedimientos para el tratamiento de cadáveres en situaciones de desastres.
“No se trata de la primera vez que se derrumban nichos y no es el primer cementerio en que sucede esto. Lo que hemos visto en este tipo de casos es la necesidad de la gente de reencontrarse con sus seres queridos y en ese sentido sabemos que no es bueno que los restos se lleven de inmediato,  por una emergencia mal tratada, a una fosa común”, señala.
A su juicio, no cumplir con la demanda de reencontrar a las personas con sus seres queridos en este tipo de situaciones tiene un alto costo social.  “Por eso estamos elaborar el manual de procedimientos para manejar situaciones de desastres, en que nichos o depósitos de cadáveres se  vengan abajo, para que todos trabajadores y administraciones de los cementerios sepan qué hacer antes, durante y posterior al desastre y de esa manera faciliten (a los expertos) la identificación de restos”.
Para Carlos Jácome, este proyecto tiene un importante valor en el terreno académico, ya que permite a la carrera hacer una intervención real en torno al trabajo forense, pero tiene además una trascendencia social y humanitaria, al dar respuesta a una sentida necesidad de la población de Penco.