pen-.jpg (8729 bytes)Con Tinta en las Venas

    Había esperado lo suficiente. Fueron años los de angustia y noches sin dormir.
    Por ningún motivo se iba acobardar, menos ahora que todos sus amigos estaban con él.
    Había cancelado a la encargada y ella lo esperaba en la puerta.
    Lo recorrió con la mirada, de pies a cabeza y esbozo una sonrisa leve, como compadeciendo su inexperiencia. Sin duda era su primera vez.
    Lo invito a pasar. Él entró tímidamente, tratando de dominar la situación, pero sus nervios lo traicionaban al no poder sacar palabra. Ella, cerro las persianas por donde se colaba la luz de un pasillo. Sólo la pequeña lampara de un mueble recortaba sus siluetas en la habitación.
    ¡Desvístete mientras!, le dijo.
    Aquella mujer sin duda llevaba mucho tiempo en lo mismo, su voz era ronca, tal vez por el cigarrillo. Ella giró sobre su cuerpo bien mantenido que evocaba una juventud esplendorosa.
    Avanzó hacia él con la seguridad de su experiencia. Le ayudó a quitarse la camisa mientras él miraba sus manos, largas y bien cuidadas, pero que evidenciaban el paso de los años.
    ¡Quítate eso! Aquellas palabras retumbaron en sus oídos.
    Ella rodeó su cuello con los brazos. Con una delicadeza única, le sacó su gargantilla de oro. ¿Sería un regalo de su madre, de alguna polola?. Lo miro y volvió a sonreírle. Él sintió un espasmo en el cuerpo, nadie le había sacado su cadenilla; era un recuerdo de su licenciatura, verdadero motivo de su presencia en aquel lugar.
    Ella apagó el cigarrillo en un pequeño cenicero sobre la mesa, se tomó el pelo que dejaba entrever algunas canas. Adoptó una actitud de manos a la obra, sin ser demasiado brusca. Sabia que los nervios traicionaban a aquel muchacho.
    Con una mano apuntó al centro de la habitación y con la otra presionó su pecho, empujándolo hacia atrás. Él transpiraba de emoción. Ella notó sus nervios y lo consoló en forma maternal.
    No lo podía creer, por fin estaba allí y ésta sería la prueba irrefutable de su nueva condición.
    Pensó en su infancia, en sus amigos, en sus pololas; sobre todo en aquellas que se negaban a esa idea. De pronto aquella mujer interrumpió con su voz ronca aquel momento de éxtasis y le dijo:
¡Ya mijito, póngase ahí para la radiografía y completamos EL ABREU.

Montero de Florida
                                                     
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