pen-.jpg (8729 bytes)Con Tinta en las Venas

 30 segundos

     Nuevamente frente a ella. Ésta tenía que ser la vez definitiva. Ahora poseía el control, y la premura del tiempo, aunque en el fondo le importaba, no le preocupaba demasiado. Su único objetivo era atinar. Debía hacerlo. Sabía que no tendría otra oportunidad.
    La llevó hasta el otro lado, a un rincón. La muchedumbre bulliciosa no era más que un suave murmullo a sus espaldas. No le inquietaron las miradas que se clavaron sobre él, tampoco las risitas burlonas, cuando tropezó y casi cae. Sólo ella estaba en su mente en ese momento y, pese al repentino desequilibrio, jamás la soltó de su mano.
    Empezó con sus típicos rodeos (tic-tac). La condujo de un lado a otro sin atreverse aún. Ni siquiera pensó en mirarla directamente en ese instante: le bastaba sentirla en el ínfimo decímetro cuadrado de piel de su mano derecha... Sólo lo haría en el momento crucial. Estaba demasiado nervioso como para poner la vista fijamente sobre sus curvas.
    A su lado los demás pasaban y estorbaban. Quizás - dudó - traerla hasta acá no fue tan buena idea, después de todo. La llevó al otro rincón. Ya no lograba coordinar bien sus ideas. ¿Cómo hacerlo de una vez? Se desesperó. Ahora el bullicio si molestaba. Se sentía presionado. Continuaba con los rodeos pero sabía que no le llevaban a ninguna parte. No encontraba ni el tiempo ni el espacio preciso.
- Dejársela a otro... - sintió un golpe frío en la boca del estómago. Siempre terminaba dejándosela a otro. A su memoria RAM se agolparon sus continuos fracasos, y por primera vez en la noche algo húmedo, parecido al temor, le atacó.
- No. Debo mirarla. ¡Debo mirarla y hacerlo de una vez! - Comenzó a ser víctima de la impaciencia. Su corazón latió desbocadamente y la boca se le secó. Las manos transpiraban... el tiempo se escurría por sus poros. Era como una cortilarga agonía de 21 años comprimida en sólo treinta segundos. ¡No, ya no son treinta... son 10! ¡No, son 6!
- Debo hacerlo... - El ruido de todos los imbéciles a su alrededor se había tornado en mil pajares en la aguja de su oído. Ya ni siquiera podía oírla.
- ¡Debo hacerlo ya! - Levantó la cabeza y por fin la miró, decidido. No le importó que resultara abrupto... tras cincuenta vueltas sin encontrar la oportunidad precisa, debía finalmente salir como fuera. Tragó saliva, pestañeó y lanzó.
    La mirada del público se clava en el balón naranja que despiden las manos del base. Cruza el aire del gimnasio en un perfecto arco. Las bocas se abren en un "ahh" redondo, tan redondo como el aro donde la pelota se cala cuando la perfecta trayectoria llega a su fin... Todo red. El balón bota en el parquet tal como el nadador emerge tras un perfecto clavado. Son 2 puntos: 101 - 100.
    La muchedumbre estalla en gritos de alegría y asombro. Los jugadores locales corren a abrazar al héroe, al embipí, al número cinco de los azules. Nadie escucha la chicharra antes del lanzamiento. Nadie mira el incólume marcador electrónico 99 - 100. Sólo notan el error cuando el juez cruza los brazos sobre su pecho y los extiende hacia los costados violentamente, en repetidas ocasiones. El silbato hiere el aire con su agudeza: La canasta no vale: Fue lanzada fuera de tiempo. Fuera de los 30 segundos.
    El gimnasio entonces enmudece. Los azules quedan eliminados sin alcanzar a disputar siquiera la segunda ronda. Los locales terminan llorando de espaldas sobre el vitrificado de la cancha. Desolación.
    Así me siento yo esta noche, en la última fila de la galería del gimnasio, cuando te digo que te amo. Cuando tras mil rodeos encuentro el tiempo y el espacio para lanzar el ahogo. Cuando decido no dejarte para otro. Así me siento yo esta noche, cuando me dices que me amaste alguna vez, pero que la vieja pasó. Cuando sin querer me refriegas en la cara que mis 30 segundos de posesión han expirado.                  Cuando me explicas que ahora quieres a otro... que tardé demasiado. En fin, así me siento esta noche, cuando también lloro de espaldas, sobre el vitrificado de mi cama.

Claus

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