LA CRISIS DE KOSOVO
ABRIL 12, 1999 VOL.153 Nº 14

Terreno de Terror

Mientras miles de refugiados salen por montones de Kosovo, el mundo confronta el horrible costo del odio

 

POR ROMESH RATNESAR

Durante casi toda su vida, Dervis Audaja, 54 años, vivió en la misma cuadra en la ciudad de Pec en Kosovo, desarrollando una estrecha amistad con sus vecinos, una mezcla étnica de servios y albaneses. Ahora todo eso ha desparecido para siempre. A comienzos de la semana pasada, unidades paramilitares servias entraron en el vecindario, tocaron a la puerta de cada hogar albanés y le dieron a sus residentes 10 minutos para empacar sus pertenencias e ir a la Korza, la plaza principal de la ciudad. Desde allí, la mayoría de la muchedumbre de 15.000 fueron reunidos en el estadio deportivo local, donde pasaron la noche en un silencioso temor, en parte esperando ser exterminados en una ejecución masiva o puestos en la ruta de las bombas de la OTAN.

A la mañana siguiente, la policía serbia le dijo a los albaneses que podían ir a casa con seguridad. pero la mayoría de sus hogares estaban en llamas. La casa de Audaja era casi cenizas; aún así, él estaba decidido a permanecer en Pec. Se reunió con unos parientes que vivían al lado y le pidió protección a sus vecinos servios. "Les pregunté, ‘¿ Qué he hecho en estos 50 años que pudiera hacer que ustedes quemaran mi casa?’. Me dijeron que fueron extraños". Pero para el martes, más casas albanesas estaban quemándose y los soldados servios rodearon las colinas alrededor del vecindario. Audaja, su confianza hecha pedazos y sus posesiones perdidas, puso a su hija paralítica en una silla de ruedas y comenzó a caminar lejos de Pec. La empujó durante 13 horas hasta que un camión se detuvo para ofrecer llevarlos. "En un lugar donde tus vecinos queman tu casa no se puede sobrevivir", dijo la semana pasada, luchando por reprimir las lágrimas sentado en la esquina de una fábrica en Rozaje, Montenegro, por donde pasaron 50.000 kosovares desplazados la semana pasada. Su hija estaba apoyada cerca de allí, con su ropa cubierta de barro y hollín, sin comida y pocas esperanzas.

Para los cientos de miles de personas de etnia albanesa como Audaja quienes abandonaron deseperadamente sus hogares la semana pasada -cruzando kilómetros de ventosos caminos por las montañas a pie o sobre tractores o a lomo de mula - el mundo parece haberse alejado. Para el fin de la semana, de acuerdo con la ONU, más de 300.000 refugiados habían cruzado a las vecinas Albania, Macedonia y Montenegro desde que la campaña de bombardeos comenzó el 24 de marzo. El sábado, el vocero de la OTAN Jaime Shea dijo que al menos 200.000 a 300.000 kosovares más se dirigían a la frontera. En los límites de Montenegro, una columna de refugiados esperando entrar se extendía en una ininterrumpida línea de miseria de 20 millas. A fines de la semana pasada, temiendo inestabilidad interna, Macedonia cerró sus fronteras, con miles de kosovares aún aguardando para ingresar.

KOSOVO CRISIS/THE REFUGEES
APRIL 12, 1999 VOL. 153 NO. 14
Terrain Of Terror
As thousands of refugees pour out of Kosovo, the world confronts the awful cost of hate

For nearly his entire life, Dervis Audaja, 54, lived on the same block in the Kosovo city of Pec, developing close friendships with his neighbors, a mix of ethnic Albanians and Serbs. Now all that is gone forever. Early last week Serb paramilitary units drove into his neighborhood, went to the door of every Albanian home and gave the residents 10 minutes to pack their belongings and go to the Korza, the city's main square. From there most of the crowd of 15,000 were herded into the local sports stadium, where they spent the night in silent fear, half expecting to be mowed down in a mass execution or placed in the way of NATO bombs.
The next morning, the Serb police told the Albanians they could go home safely. But by then most of their houses were in flames. Audaja's home was already ashes; still, he was determined to stay in Pec. He moved in with relatives next door and asked his Serb neighbors for protection. "I asked them, 'What have I ever done in 50 years that would make you burn my house?' They told me it was outsiders." But by Tuesday, more Albanian homes were burning, and Serb soldiers lined the hills surrounding the neighborhood. Audaja, his trust shattered and his possessions gone, put his paralyzed daughter into a wheelchair and began walking away from Pec. He pushed his daughter for 13 hours before a truck stopped to offer them a ride. "In a place where your neighbors burn your houses, there can be no survival," he said last week, fighting back tears as he sat in the corner of a factory in Rozaje, Montenegro, where some 50,000 displaced Kosovars passed through last week. His daughter was propped nearby, in clothes covered in dirt a nd soot, with no food and little hope.
For the hundreds of thousands of ethnic Albanians like Audaja who desperately fled their homes last week--traversing miles of winding mountain roads afoot or on tractors or atop mules--the world seemed to have come apart. By week's end, according to the U.N., more than 300,000 refugees had crossed into neighboring Albania, Macedonia and Montenegro since the bombing campaign began on March 24. On Saturday, NATO spokesman Jamie Shea said at least 200,000 to 300,000 more Kosovars were heading for the border. At the Montenegro boundary, one column of refugees awaiting entry extended in an unbroken line of misery for 20 miles. Late last week, fearing internal instability, Macedonia closed its borders, with thousands of Kosovars still waiting to get in.

 

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